ACELIA, PINTORA.

De Acelia podría estar hablando, sin temor a repetirme o aburrir al auditorio, toda una vida. Aun así es difícil comenzar, pues de Acelia solo podría hablar en presente ya que nos unen lazos personales íntimos muy profundos de amor y amistad, familiares y laborales, profesionales y artísticos, que su desaparición no ha podido deshacer y que el tiempo no ha sido capaz de borrar.
Por otro lado, si he de hablar de la artista, debo advertir que no puedo ser imparcial aunque quisiera porque mi nivel de responsabilidad y compromiso con su condición de creadora es total y absoluto.

Acelia se graduó de la Academia San Alejandro, donde se destacó como magnífica alumna, y desde entonces trabajó allí como profesora de Filosofía y Estética, licenciatura que obtuvo en el Instituto Superior Pedagógico en curso para trabajadores. Lo que influyó en que, aunque era graduada del nivel medio de artes plásticas, nunca más pintó o dibujó.
En el año 1991, se producen cambios en los planes de estudios y desaparece del currículum académico la asignatura de Filosofía. Recuerdo que compañeros de la dirección y del consejo técnico se me acercaron a preguntarme si yo creía que ella, luego de tantos años desvinculada del ejercicio plástico, podría impartir alguna asignatura técnica de la especialidad como diseño o pintura. Aquí conviene hacer un paréntesis para señalar que Acelia fue desde muy joven una excelente maestra, pues no solo preparaba muy bien con anticipación cada clase y dominaba los contenidos docentes que impartía, sino que mezclaba sabiamente, como pocos saben hacerlo, su inmensa bondad y ternura con la rectitud y exigencia necesarias para ejercer, con una naturalidad pasmosa, el control total del aula y la clase. Por ello era como pedagoga muy respetada y querida de sus alumnos y colegas. En sus clases de Estética vinculaba y correlacionaba muy bien los contenidos teóricos con los propios y particulares de la especialidad, por lo que respondí, sin dudarlo ni un instante que sí, que si alguien estaba capacitado para asumir con éxito un cambio de ciento ochenta grados como ese, era ella. Y, a poco, comenzó a impartir el Taller de Plástica de 1er año. Varios de sus compañeros la ayudamos y aconsejamos al principio. Yo entonces también necesité de su ayuda, pues estaba finalizando mis estudios universitarios y quiso el destino que se desarrollara entre nosotros una relación que trascendió la amistad.
Ya casados y conviviendo, comencé por fin a dibujar y pintar, labores que había abandonado en el último curso para dedicarme a la tesis de grado, y logré a los pocos días, más que convencerla, contagiarla para que pintara ella también.Comenzó a hacerlo con visible timidez, pero en muy breve tiempo el entusiasmo con que enfrentaba la tarea y el disfrute mismo de la práctica creadora hizo que, paradójicamente, a la vista de todos y sin que nadie se percatara, lograra aciertos propios de quien ya lleva años pintando por la rapidez y seguridad con que abordaba el trabajo. Fue como si todos los conocimientos técnicos que había aprendido en sus años de adolescencia en la Academia hubieran estado dormidos en el subconsciente, hibernando en estado latente, y de pronto hubieran despertado y aparecido ya sedimentados e incorporados. Era como si hubiera madurado de la noche a la mañana. Valga aclarar que ahora en la distancia y de conjunto lo percibo así pero, por supuesto que en su momento esto fue todo un proceso de errores y aciertos, dudas y certezas, fragmentario e impreciso pero inefable.
Al tiempo que eso sucedía la casa se iba llenando poco a poco de composiciones, primero en pequeño formato y, aunque imperfectas, en todas sin excepción podían verse crecientes logros y un algo extraque las convertía en únicas. Unas magníficamente bien resueltas, otras con unas armonías de color fantásticas, todas con temas y motivos que revelaban una inagotable creatividad, una voluntad de arte y una madurez expresiva impresionantes. Pero a ello debemos sumarle un talento natural manifiesto, con lo que aquel dominio técnico comenzaba a revelarse en alguien que tenía mucho que expresar y decir artísticamente. ¡Y de qué manera lo hizo en tan breve plazo!
Al cabo de un año, en 1994, ya estábamos organizando, para sorpresa de muchos, la primera muestra personal de pinturas sobre cartulinas en la que tituló QUERIDA NATURALEZA... Y luego NATURALEZA VIVA en el mismo lugar, en 1995. A LA SOMBRA DEL LIMÓN, en la galería “Forma” del Fondo Cubano de Bienes Culturales, 1996 y luego sería el libro PLAYA VENECIANA, también en la galería “Carmelo González” de la Casa de la Cultura de Plaza, en 1998. Y más tarde HAY SOL BUENO, pinturas inspiradas en “La Edad de Oro”, en homenaje al 150 aniversario de la caída del Apóstol, realizada en el Monumento de la Real Cárcel de La Habana, en enero de 2003.

Acelia tenía una fortaleza física que le permitía desplegar una capacidad de trabajo increíble. Era causa y consecuencia de su permanente alegría e incansable optimismo. Podía irradiar una energía tremenda. Ello se hizo más evidente en los últimos meses cuando, a pesar de lo avanzado de su enfermedad, realizó con enorme esfuerzo las ilustraciones de los bellísimos textos para niños -que desafortunadamente permanecen inéditos- de Norma Nuviola, a quien la uniera una sincera, fructifera y fatalmente breve amistad, nacida de la afinidad de sensibilidades y desafíos, de afanes y dolores comunes, pues se conocieron en la sala de espera de la consulta de oncología del hospital donde ambas eran atendidas.
Gustaba de trabajar tres o cuatro cuadros a la vez. Podía preparar un color e irlo aplicando en uno u otro indistintamente, dando tiempo a que el anterior secara. O realizar en veinticuatro horas por encargo de urgencia para decorar treinta habitaciones una serie de sesenta composiciones distintas en pequeño formato, resueltas en dos armonías de cuatro o cinco colores cada una. Llegó a suceder que, en un momento determinado, en pocos meses de febril trabajo, nos quedábamos sin lienzo, sin cartulina, sin pinturas. Su creciente laboriosidad y creatividad agotaba a ritmo vertiginoso los materiales de que disponíamos. Su técnica preferida siempre fue el acrílico, ya que le permitía trabajar a gran velocidad por la forma en que seca, pero también trabajó la acuarela, la tempera y el pastel, los que disfrutaba combinar con entera libertad. También trabajó, aunque en menor medida, el óleo.
El comienzo de un cuadro es uno de los momentos más difíciles para cualquier artista. Hay, primero, que tener una idea de lo que se quiere. Por eso, a veces, Acelia se sienta unos minutos frente al lienzo en blanco como preguntándose –¿o preguntándole?- por dónde empezar. Pero no lo hace de brazos cruzados, sino con el pincel en la mano y preparando el color en un plato de porcelana, un pozuelo plástico, o una bandeja de aluminio, que son sus paletas preferidas. Se sirve pintura de los tubos o potes y mezcla varios colores hasta que logra conjugar con ellos la armonía deseada. Entonces, sin que medie boceto previo, trazo de lápiz o carboncillo alguno, ataca el lienzo directamente con una brocha o grueso pincel, según sean las dimensiones del cuadro, y comienza a manchar grandes áreas de color y a trazar unas pocas líneas que, en cuestión de minutos transforman lo que era un espacio vacío, mudo, huérfano, en un sistema de formas y colores sólidamente estructurado, en una composición llena de sentido, plena de vida. Es que Acelia es una artista intuitiva. La pasión es su estado natural. PASIÓN INTUITIVA: he ahí la mejor definición de su método creativo. Así de sencillo.
Otra prueba de ello es cómo, con la misma espontaneidad y frescura con que pintaba, daba título a sus creaciones: “Luz para tu café”, “El sueño de la fruta bomba”, “Desayuno con calabaza dulce”, “Piña y melón conversando”, “Limones de mi corazón”, “Mantón para plátanos”, “Fiesta de las frutas”, “Árbol de pájaros”, “Alegría para pescado”, “El sueño del pimiento”.
Aun cuando todavía no podemos percibir figura reconocible alguna, una sensación de armonía y equilibrio, de unidad y orden inundan el cuadro todo. Generalmente, al llegar a este punto, si le ha quedado color y tiene otro lienzo o cartulina a mano en los que aprovechar la sinergía que produce un buen comienzo, continúa trabajando; y si no, se produce un receso fecundo, o más bien un cambio de actividad . Muda temporal de roles, durante la cual estudia el cuadro una y otra vez, ubicado ahora en una posición privilegiada, en la cocina-comedor, o en la sala, mientras realiza alguna otra tarea doméstica, pues Acelia la pintora es, además de profesora, madre de dos hijos, hacendosa ama de casa y amantísima esposa . Todo a la vez.Es el momento para tomar un café y pedir mi opinión. Ya se que de nada servirá preguntarle qué piensa hacer de esas manchas que tiene planteadas. Y aunque a veces lo hago a sabiendas de que recibiré la callada por respuesta, o que me dirá cualquier cosa por cortesía, tampoco tiene sentido que le sugiera lo que puede hacer a partir de esta o aquella mancha. Con toda seguridad ni ella misma sabe todavía cómo terminará esa aventura creativa que es cada obra. Así las cosas, en este estado del cuadro solo podemos hablar de generalidades: que si la armonía pide tal o cual acento o color adicional, que si la distribución de las masas están bien equilibradas, que si la intención de aplicar texturas funcionará mejor aquí o allá, que si conviene conservar algún efecto logrado.
Pero siempre, invariablemente, le comento que el cuadro casi podría quedarse así, pues sorprende la sencillez de las soluciones, o que -en su defecto- sería interesantísimo fotografiar los estados o momentos claves del proceso de construcción del cuadro, como este, lo que sería de inmenso valor didáctico pero, por múltiples razones, nunca lo hacemos. En el intermedio hablamos de otros temas. Ha comenzado a preparar la cena, ha puesto la ropa en la lavadora, ayudado a los muchachos en sus deberes o algo así. Y en el ir y venir observa el cuadro una y otra vez, como de soslayo, sin detenerse del todo en él, o deteniéndose en medio de los trajines domésticos solo para girarlo y ver qué nuevas sugerencias le ofrece de lado o de cabeza.
Entre ellos fluye un silencioso diálogo que solo comprenderemos más tarde, cuando se apague el fogón, cuando cuelgue la ropa húmeda en la tendedera, cuando duerman los muchachos, cuando de sus mágicas manos y su lírica imaginación, sin esfuerzo aparente y como por ley natural, aquellas formas y manchas aparentemente mudas se conviertan en árbol de pájaros, en cesta con frutas, en niños volando sobre un ave en la noche, en silla con jarrón de flores, en gallo de corral, en bodegón de botellas y porrones, en fondo marino de peces y cangrejos o en nido de palomas… Sinfonía de formas, líneas y colores. Aventura creativa lírico amorosa... Cuando, en suma, vuelva Acelia la pintora a la carga con fuerza telúrica irrefrenable... ¡A completar la maravilla!

F. Blanco
Agosto, 2008.